El sorprendente mundo de Sandro...

El sorprendente mundo de Sandro...

1 de julio de 2011

Relatos de Sandro


El Valentín Alsina de mi infancia fue maravilloso

La solidaridad era una condición innata. Si alguna madre tenía que ir al médico, la vecina le decía: “dejame al nene que yo te lo cuido”. Y no sólo lo cuidaba, sino que hasta le daba de comer. Si algún vecino viejo que vivía solo se enfermaba, ahí estaban las vecinas para ayudarlo.

Mi infancia fue aquella de las seis de la tarde para la leche, con radio Splendid a pleno y Tarzán, Sandokán, Poncho Negro y varios más. Al terminar los programas, toda la pibada salía a la calle con espadas de madera, revólveres de plástico y cada uno revestido con su personaje preferido. El piberío no exigía zapatillas o ropas de marca, la única moda era llevar esos ridículos pantalones cortos hasta las rodillas. Y la única marca que se ostentaba era un par de rodillas percudidas porque dejaban ver que eras un capo jugando a las bolitas. Era un barrio donde uno era capo si demostraba la maestría de saber armar un barrilete media estrella, media bomba; si sabía conseguir buenas tachuelas para ponerlas en el balero para que tuviera más peso, o si era capaz de afanarle la leña a los del otro barrio para hacer la fogata de San Pedro y San Pablo. Así se armaban batallas callejeras que siempre terminaban con una cabeza rota por un piedrazo. 
 Tuyutí 3016, Valentín Alsina
Casa de inquilinato en la que Roberto pasó su infancia


Parece que fue ayer cuando mi vieja, en una mañana de verano a mis 4 años me llevó de la mano a ver a una maestra particular: la señorita Ursioli, porque en aquellos tiempos no existían los jardines de infantes. Mi vieja, según me han contado, era una chica que le encantaba ir a bailar y cantar. Tenía una voz chiquita y entonada. Sufría reuma y a los 21 años se le declaró una artritis deformante que la fue entumeciendo por fuera y endureciendo por dentro. Año tras año caminaba más lentamente. Cada mañana un nuevo dolor, cada día un nuevo suplicio que soportaba estoicamente y a veces con mucho humor. Nina casi no podía andar, pero volaba con las alas de los sueños, y de allí el interminable caudal de fantasía con el que supo bañarme y dejarme en la piel el aroma de la imaginación.

Como ocurría con todos los chicos de la época, me leía cuentos; en aquella época todavía no había llegado la televisión a la Argentina. Sus historias preferidas eran las de Las mil y una noches, en su versión original. Mi cabecita era el depósito de las alfombras voladoras y de los tesoros robados por Ali Babá y los cuarenta ladrones y tantos otros relatos. Nina, mi extrañada Nina, la renguita, me llevaba como podía al colegio o a la sala de primeros auxilios a vacunarme contra la polio. Y me hacía el mejor budín de pan que haya comido en mi vida. Y con sus dedos deformados bordaba mis iniciales en la ropa cuando me fui a la colonia de vacaciones del frigorífico Wilson… La sigo extrañando. No puedo expresar con palabras el amor que sentí por mi madre. Cuando filmaba la película Muchacho tuve que hacer un tema por la muerte de la actriz que representaba a mi abuela. Lo único que se me ocurrió fue cantar Pobre mi madre querida

A los 6 años, gracias a la tenacidad de mi maestra y a los mamporros de mi vieja, me tomaron un examen en la escuela del Estado N° 3 República del Brasil, y me hicieron ingresar a segundo grado. Recuerdo aquellas formidables maestras que tenían las escuelas del Estado, sobre todo la de quinto grado, la señorita Cuniglio, y en sexto, la señorita Texeira. Fueron de vital importancia para mí. La primera, la Cuniglio, fue la que me enseñó a descubrir mis posibilidades artísticas. Era una revolucionaria en el campo de la educación de aquellas épocas. Fue la primera que traía de su casa reproducciones de cuadros famosos, de Van Gogh o Gauguin. Los colocaba sobre las paredes del aula y nos decía: “escriban lo que ven”. Entonces, cada uno elegía una pintura e inventábamos alguna historia. En otras oportunidades aparecía con un tocadiscos portátil tipo valijita, y nos hacía escuchar los clásicos: Bach, Mozart, Beethoven, y entonces teníamos que dibujar lo que escuchábamos. Así nos fue metiendo en el mundo del arte. A mí me perdonaba los errores en matemáticas. Era un burro: de las tablas de multiplicar sé hasta la del 5, después… calculadora. Pero en castellano no me dejaba pasar ni un acento ni una coma, porque sabía que era mi fuerte. Tal era así que yo escribía las composiciones en forma de poema, porque nos daba títulos como: “Si yo fuera viejo”, “Me desperté una mañana”, “La espina y la rosa”, nada de “La Vaca” o “Mi gatito”. Y a propósito de “La espina y la rosa”, recuerdo que la escribí en la métrica del soneto y me valió muchas felicitaciones. Cuniglio la paseó por todas las otras maestras mostrándola con gran orgullo. Esa era Cuniglio. Mucho tiempo después me enteré de que se suicidó. Cuando llegué a sexto grado, el último de la primaria de aquella época, ya éramos una pandilla de cachorros aprendices jugando a ser grandes. Y lo único grande que teníamos eran los mocos. Pero allí estaba la señorita Texeira, de la cual, entre otras cosas, en nuestro primer encuentro mano a mano me preguntó: “¿Así que usted es Sánchez, el poeta?”. Y yo, con el silencio rojo que te da lo inesperado, le contesté: “Sí, señorita”. Y ella: “Bueno, espero que me quieras tanto como a la Cuniglio”. ¿Celosa yo? Dios mío… ¡qué maestras!
 
Y mi viejo… qué pedazo de padre tuve. Laburante, hermoso. Era un sabio que había llegado hasta tercer grado. Imposible discutir con él. Te demolía con argumentos. Una vez tuvimos unos problemas legales con Los de Fuego. Yo tenía mi abogado, pero mi viejo iba a las audiencias, pedía la palabra y convencía más que cualquier boga. (“Boga”: argentinismo que significa "abogado"). En una oportunidad me regaló un arco y una flecha. Lo primero que hice fue matar a la gallina de un vecino. Me rompió el arco en diez partes. No era de pegarme, pero más de una vez me dejó azul.

También me enseñó el valor de la palabra. Él me firmaba los primeros contratos, porque yo era menor; siempre me decía que los contratos son basura, que lo que importa es la palabra y el honor.  Con quien después fue mi representante, Anderle, jamás firmé un papel. Le gustaba el fútbol y se anotaba en los torneos de la Wilson. Su fantasía era que yo estudiara, que no estuviera en la calle. Cuando entendió que el colegio no era para mí, me mandó a laburar. Hice de todo: trabajé en una joyería, como cadete en una droguería, acompañante de camionero… Hasta que apareció la guitarrita.


Fuente: Libro "Sandro, el fuego eterno" 



4 comentarios:

Anónimo dijo...

¡Que bello relato, Alicia! Me alegra el corazòn ver la foto de la casa en donde pasò su infancia EL GITANO, como no ser un hombre "de una pieza"---asì decimos aquì, cuando una persona vale mucho---con semejante ejemplo de amor y honestidad que le dieron Don Vicente y Doña Nina. Con que gracia nos relata aquì SANDRO, lo que fueron sus primeros años, si ya desde pequeñito veian sus profesoras su talento fuera de serie. Gracias amiga, por tener estas vitaminas para el alma de todas quienes lo seguimos amando. Un abrazo de tu amiga de Mèxico, Susy Barrera.

Alicia dijo...

Susy querida, imposible no llorar leyendo estas cosas que nos cuenta Sandro! Su madre era una mujer muy sufrida y muy dulce y su padre, recto y afectuoso, no dudó en ponerle límites cuando correspondía, y así creció el niño y se hizo un hombre hecho y derecho.

Gracias por pasar por aquí.

Un beso gigante!!!

Anónimo dijo...

AMIGA, SI ME HIZO LLORAR. GRACIAS A DOÑA NINA Y DON VICENTE ROBERTO FUE TAMAÑO SER HUMANO. CON SENSIBILIDAD, RESPETO, SINCERO, TRANSPARENTE, HONESTO, AMOROSO, Y LOS ETC. SERIAN MUCHOS. QUE BUENO QUE NOS DAS A CONOCER ESTOS RELATOS DE DON SANCHEZ, Y COMO SE LE EXTRAÑA ALICIA, COMO SE LE QUIERE. TE MANDO UN ABRAZO Y UN GRAN BESO, GRACIAS AMIGA POR ACERCARNOS MAS A DON SANCHEZ. SANDRISTAMEXICANA

Alicia dijo...

Sandristamexicana, tener en mis manos un libro que al leerlo da la sensación de estar escuchando hablar al mismo Don Sánchez y no compartirlo aquí, sería un verdadero pecado. Además de ser un placer enorme, es una responsabilidad, un dictado de mi conciencia, hacer públicas estas notas que con tanto cariño y entusiasmo él mismo contó.
Saber que los lectores de este blog disfrutan con todo lo que aquí dejo, es sumamente satisfactorio para mí.

Una vez más agradezco tu visita.

¡Un abrazo sandrista amiga!

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