El sorprendente mundo de Sandro...

El sorprendente mundo de Sandro...

16 de octubre de 2011

10 de octubre de 2011

Relatos de Sandro


ME ACUERDO DEL CARNAVAL DEL 55, EN EL CLUB SPORTIVO ALSINA

Fue mi primer baile. Siempre parecí más grande, pero tenía nada más que 10 años. Me puse el "uniforme": pantalón de tafeta negra, remerita verde, pañuelito gatito al cuello, zapatillas de básquet. En ese año Bill Halley cambiaba la música llegando a los primeros puestos de venta en todo el mundo con su Rock Alrededor del Reloj. Y no sólo cambió la música: nos cambió la cabeza. En ese año tuve un desarrollo físico demasiado apresurado, prematuro, que le dicen. Parecía un elefante. Ya no podía juntarme con los de mi edad. Muchas veces me decían: "¿Qué hacés jugando con los más chicos?, ¿por qué no te juntás con los grandotes como vos?". Y así fue que anduve medio paria durante algún tiempo. Hasta ese carnaval. Es bueno decir que mi barrio tenía y tiene, una de las colectividades armenias más grandes del país, por lo tanto, había mucha pibada de esa colectividad, y entre ellas estaba la Guille, que era la hermanita de uno de mis compañeros del colegio. Me paré en el medio de la pista con todos los muchachos, como se usaba entonces, la cabeceé tal como se acostumbraba y salimos a bailar un furibundo rock and roll: Hasta Luego Cocodrilo. Yo creo que las patitas no se me veían en el piso. Entre la música y los nervios, me sentía en el aire. Bailamos juntos toda esa primera noche del carnaval del 55...
En frente del club estaba el Bar Pancho, al cual me animé a entrar en la segunda noche de carnaval porque veía que muchos chicos de mi tamaño, no digo de mi edad, iban después de la milonga. A la tarde siguiente comencé a merodear por el bar. Me jugué: tomé coraje y entré. Había una barrita jugando al metegol, que no me dio bola. Había un muchachote de la vuelta de mi casa que me conocía. Me miró y siguió en lo suyo. Me senté, y apareció el mozo en mangas de camisa, que me preguntó: "¿Qué va a tomar?". Por primera vez, yo sentía que me trataban como a un grande. Pedí una gaseosa. Desde ese día comencé a ir todas las tardes después del colegio, y alternaba con el club, donde aprendí a jugar al básquet y al villar; como dice el tango: aprendí todo lo bueno, aprendí todo lo malo. Lo malo mejor olvidarlo. Lo bueno: los códigos de la amistad, jugárselas por un miembro de la barra, no meterse con una piba a la cual ya le había echado el ojo algún amigo, aunque estuvieras locamente enamorado. Y las mil y una atorrantadas, como aquella del teléfono.
Sandro, ya grande, en el viejo Bar Pancho

La cosa era así: se elegía un número al azar, porque en aquel tiempo había muy pocos teléfonos en Buenos Aires. Se escribía en la pared donde estaba el teléfono del bar, y se comenzaba a llamar a ese número a eso de las tres de la tarde: "Hola, ¿por favor me da con Ramón?" Y del otro lado: "Perdón señor, ¿con qué número quiere hablar?", "Con el 543627", por ejemplo. "Mire, el número está bien, pero aquí no vive ningún Ramón". "Bueno, disculpe la molestia". Como a la media hora, iba otro al teléfono y otra vez. "Uy, disculpe". A la media hora otra vez, pero otro atorrante. Y así, a medida que pasaban las horas las llamadas iban aumentando cada vez más y más. Y la pobre gente que estaba del otro lado, cuando escuchaban el teléfono levantaban el tubo y seguro decían: "Acá no vive ningún Ramón", sin decir siquiera "Hola, ¿quién habla?". Cuando el tipo ya lo teníamos recaliente, otro iba, llamaba y decía: "Hola, habla Ramón, ¿hubo alguna llamada para mí?".
Ese tipo de gastadas eran comunes, una infantilidad total. Parece mentira que en tan poco tiempo, en algunos años, ya estaba grabando para un sello importante. Seguía siendo un nene... pero me creía la del artista. Es que si no te la creés en serio, no llegás ni a la esquina de tu casa.


Fuente: Libro "Sandro, el fuego eterno".





2 de octubre de 2011

Curiosidades


UN CUENTO CON SABOR A SANDRO


El HOMBRE QUE LE CANTA AL AMOR

De ese castillo, construido con el amor de quienes se adivinan el uno para el otro,  lugar de proporciones inmensas, donde abundan jardines de ternura, arboledas frondosas desbordantes de pasión y pueden hallar cobijo hijos soñados, risas, caricias, ternura.  Fortaleza construida con paredes fuertes, indestructibles, hasta donde la voluntad humana lo desee… quedó el adiós frío, mezquino, transmitido en pocas y cortantes palabras volcadas sobre la hoja blanca que mi mano estruja vehemente.  Camino por el dormitorio, el living, retumba el eco de los zapatos por el departamento ahora vacío.  Fantasmales, los resabios perfumados de ella flotan por el lugar.

"Mas cuando te pedí un poco de amor,
tú, sin mirar atras, te marchaste.
Devuélveme el amor, dame la vida,
dame la vida que me mira de los sueños.
Devuelve el corazón aquí a mi pecho
que ya vacío y deshecho de llorar
se acuerda hoy de ti.
¡Dame el amor... dame la vida...!"

Paredes delgadas de las construcciones modernas, por ellas se filtran sonidos musicales que llegan de las vecindades. Y la voz de quien canta, se asemeja a un bisturí afinado, rítmico, que hurga mi herida, revuelve en ella.  Lloro… él también parece hacerlo, me desespero y salgo al pasillo, busco la calle…
Pasaron muchas noches de vino triste, desgano de las cosas no ganadas, meses trajinados al filo de la navaja en el taller.
-¡Ponete las pilas Marcos! Si seguís haciendo macanas te rajo.
Don Gregorio, el patrón, me lo dice… y ¡qué buen tipo el viejo! Se nota que le duele más a él que a mí el reto.

Pero en mi cabeza, los ojos de ella ocupan el mismo lugar que años atrás cuando se abrieron luego de la entrega, temerosos en principio, dulces y confiados después… ¿Trofeo?... No, sentimiento. La delgada piel rasgada en el frenesí de la pasión.  Un tesoro significó ese momento para mí, ¿Y su cabello? Todavía lo siento entre mis dedos escurriéndose, sedoso, juguetón, día tras día, semana a semana continuo viviendo de esas miguitas de pasado que están desperdigadas un poco en mi memoria, pero mucho más en el corazón.  Con el tiempo, llegaron noticias.  Ella y su familia se radicaron en Grecia, en condiciones económicas mucho mejores a las que yo podía brindarle en el departamentito alquilado en Parque Patricios, para vivir nuestro amor, que otros llamaron concubinato.

¿Y el cantante?... Lo escucho en la radio, a veces en la tele a la hora de la cena, junto con mi vieja y mi hermana Cristina que se ponen como locas.  Lo presenta con toda la pompa Antonio Carrizo.  En el estudio de canal 9 los alaridos femeninos desbordan la voz del locutor; me muestra Cris sus brazos con la piel erizada, las mejillas rosadas suben de color, me parece que a mi hermanita el tipo le recontra va… ¡y recién tiene 14 años!
-¡Es el mejor… mira qué pinta!
-Shhh… ¡basta nena que no dejas oír! Rezonga Tita, mi vieja
Yo agarro el vaso de vino y me voy a sentar al patio, desde ahí lo oigo… la verdad que canta lindo el chabón.
Un día me despierto con calor, calor arriba, calor en el medio ¡por todos lados el calor! Miro el Corazón de Jesús en la cabecera de la cama y agradezco… no es fiebre ¡es vida! Preparo las tostadas mientras mamá me ceba los mates, canto… bah, destrozo “Aquellos ojos verdes” y salgo contento para el laburo, contento y caliente.  Para el mediodía está decidido: poner en manos expertas mi nuevo estado de ánimo, un llamado oportuno y todo queda listo para la noche.
Don Gregorio nota el cambio de ánimo, cerca del mediodía pasa a mi lado y sonoramente palmea mi espalda. A la tardecita, antes de cerrar el taller, Doña Tomasa, su esposa, se aparece con una botellita de cerveza fría, me da un beso como todos los días y la deja junto con dos vasos arriba de un tambor de aceite.
-Dice Gregorio que hoy estás bien, que te ve contento, parece que quiere hablar con vos.
Y llega el viejo limpiando con un pedazo de estopa sus callosas manos, intenta secar el sudor de la frente con el mismo trapo y sólo logra ensuciarse la cara.  Se da por enterado al ver mi sonrisa.
-¡Bendita grasa Marquitos!, esto sale con un buen baño, pero la platita del trabajo queda, y ahora vamos a arreglar los camiones de Oreste, tiene como veinte el tano.
-Son camiones nuevos, mucho trabajo no van a dar.
Desde la calle llega una brisa fresca trayendo aromas de malvones y glicinas. Perfumes de barrio.
-Pero voy a necesitar otro chico más ¿entendés? Le vamos a enseñar, lo vamos a ayudar a aprender un oficio como aprendiste vos y te voy a aumentar el sueldo, casi el doble vas a ganar, pero poné ganas, porque sin vos yo solo no puedo… ¿Entendés Marcos? Vas a tener las llaves del taller, te voy a dar el jeep para que hagas las compras y como tenés registro te lo llevarás cuando lo necesites. ¡Poné fuerza pibe, que vos podés!
Salí del taller flotando sobre nubes de entusiasmo y amor por ese viejo que me enseña un oficio pacientemente, como a un hijo… bueno, Gregorio no tiene hijos y sin embargo siempre me sabe tratar, aconsejar y tironear de las orejas si es necesario, de haberlos tenido hubiese sido un gran padre.

En casa, apretadamente, explico a Tita la novedad, en tanto le pido me repase la camisa negra y el pantalón blanco, están de moda y parece que “el cantante” lo impuso, intento gambetear a Cris que me ofrece un mate con la mal escondida intención de pedirme unos pesos.
-¿Y para que los querés?
- Quiero comprarme un disco, de él, vos sabés…
-¿Y el colegio como va?
- Nueve en castellano, ahora te traigo la carpeta.
Y lo único que esquivo es el mate, porque la plata para el disco termina en sus manos. Suspiro contento, Cris estudia con ganas, si Dios quiere tendrá un buen futuro.
Diez años me debe llevar la Choli; es morocha, tiene labios carnosos, insinuantes, los ojos color almendra son pícaros, y lo mejor de su torneada espalda esta al comienzo.  Espera en la esquina de Boedo y Chiclana, hasta allí llego, en el taxi al que presurosa sube y continuamos viaje hasta Rondeau y Rioja.  Bajamos, y caminando rápido unos treinta metros, furtivos, ingresamos al hotel alojamiento.
Un buen rato después enciende un cigarrillo, me mira con cierta extrañeza y por fin rompe el silencio.
-Algo te pasa Marcos, no digo que me lo cuentes, pero vos no eras así.
-Vamos Choli, acá tenés lo tuyo.  Sobre la mesa de luz arrojo unos billetes, desganado me visto.  Espejos, luces, paredes empapeladas, parecen caer sobre mí, como intentando sepultarme de nuevo en el desgano y la desazón.
-Parecés desilusionado, tenés un problema y deberías confiárselo a un buen amigo, a veces, esas cosas se quedan adentro y te pudren la cabeza…
-Todos estos años sin verte, me pasaron muchas cosas y no sé siquiera por dónde empezar.
-A mí también me pasaron cosas… A veces pienso que la vida es como una ola, te va llevando, deja que juegues con ella, parece que la dominás… y cuando menos lo imaginás… ¡paff! te voltea, te revuelca, y a veces te lastima.
Pienso el regreso a la pieza de casa, esquivando las miradas curiosas de Tita y Cris, abrir la ventana, apagar la luz y fumar a oscuras y en silencio. Choli está parada delante mío, deja los billetes sobre la mesa de luz y repite.
-A mí también me pasaron cosas…
Mutua es la necesidad de encontrar cobijo en el diálogo.
-En la esquina hay un barcito que parece discreto ¿me aceptás un café? Propongo.
La Choli sonríe, como Cris cuando logra sacarme algo utilizando alguna de sus jugarretas.
-Otra cosa que hacer no tengo… vamos.
Y así, caminando sin prisa, tomados de la mano ingresamos al lugar, la mesa del rincón pasada apenas la ventana parece llamarnos. Afuera, sobre el asfalto comienza a caer una tenue llovizna y a juzgar por el movimiento arremolinado de las copas de los árboles, el viento sopla con más ímpetu.
De pronto, esa mesa, la música, las paredes delicadamente decoradas, el lugar todo se transforma en un conjuro de calidez, apto para la charla amiga, sin prisas.  Cigarrillos, aromas de café, y dos personas rompiendo el cerco de silencio para dejar caer como barajas desordenadas sobre la mesa, pedazos de sus vidas.

"Dos solitarios que en este mundo
cansados de la búsqueda de amar
se detienen un instante,
confiesan su amargura
y buscan esquivar la realidad".

Busco los ojos de Choli, sigo el movimiento de sus labios sinuosos.  Nunca antes atendí al tono de su voz, suena cálida, modulada, en tanto cuenta su historia, que como la mía, aparece llena de contradicciones, vaivenes o caprichos incomprensibles, de esos que a veces se pagan caros.  Pedimos más café caliente y dos copas de coñac; el calor retorna a mi cuerpo, su mirada por un momento me fulmina, enrostrándome un deseo que sin palabras, simplemente con un silencio, decidimos dejar para después. Desde el equipo de audio, la voz teje telarañas. 

"Dos solitarios, somos amiga.
No creas encontrar en mí el amor.
Refugia tu desdicha y cuéntame
tus penas, ahoga en esta noche tu dolor". 

Y aparece la mujer, durante años sólo fue “Choli”, la chica para… Se revela ante mí una persona que golpearon y golpeó, una persona que entrega su cuerpo, pero no su alma.  Orgullosa de su infancia de piecitos descalzos allá en la Salta natal, hoy en día le manda plata a su madre Antonia, quien la imagina, por lo que ella le cuenta en las cartas, como una aventajada oficinista.  Esa mujer, allá lejos, es la única familia que le queda. En cuanto al amor… le escapa, cuando creyó en él siendo joven llegaron los golpes, las imposiciones. Ahora son todos clientes, algunos mejores que otros, pero clientes, nada más.
 Apoya sobre la mesa los brazos cruzados y sobre ellos los senos voluptuosos, turgentes.  Allí se me extravía por instantes la mirada, y descubro que me interesa su historia, su cuerpo, los párrafos de las cartas enviadas a Salta, el curso de peluquería al que puntual asiste tres veces por semana, sus labios jugosos y sus ojos pícaros… las manos que hacen bollitos con una servilleta.  

"Ven... la magia ya comienza,
ven, vivamos la ilusión.
¡Ay...! ven, la noche nos acerca,
¿ves? se duerme ya el dolor.
Ven, la noche tiene prisa,
¿ves? el mundo es de los dos.
¡Ay...! ven, intenta una sonrisa,
ven, pensemos que es amor".

Bastó murmurar un “¿vamos?”, cruzar las miradas, y decididos dejar la mesa; a pocos pasos me detengo, mis labios buscan los suyos, no hay historias ya, tampoco trueques, es un beso intenso, infinito.  Después, muy unidos dejamos atrás la calidez del lugar, para perdernos entre la lluvia con dirección nuevamente al hotel. La voz del cantante sigue rondando en el interior del barcito y en mis oídos.  Si en ese momento pudiese hablarle, le regalaría unas “gracias” enormes. Al agua de la lluvia se agregó la transpiración de nuestros cuerpos, y después el descanso y de nuevo la pasión, toda una noche de pasión.

Llega el tiempo de trabajo duro, abundante, gracias al barbudo que desde arriba arregla lo que algunos estropean acá abajo.  Los encuentros con Choli, a veces a cenar, otras a caminar por ahí tomados de la mano se hacen frecuentes. Ella me robustece, las caricias, su comprensión…  Mi pasión, recala en su cuerpo como un río que encuentra un continente y descansa manso en él.

Don Gregorio cumple con su palabra y duplica casi mi sueldo, siguiendo su consejo abrí una cuenta en la Cooperativa El Hogar Obrero y comencé a ahorrar.  Los camiones del tano Oreste traen prosperidad al taller, afanosos, el viejo, Tony (el pibe nuevo) y yo multiplicamos nuestros esfuerzos para complacer a la antigua clientela, y poner en forma a la nueva, compuesta por generosas moles de acero y chapa que después de recorrer miles de kilómetros llegan buscando alivio a sus nanas.
Pero en mi interior, por las noches, las dudas llegan para instalarse a veces por horas, mortificando el descanso, fijando mi pensamiento en el futuro incierto de este amor por ella… ¡Ese trabajo!… el dinero comprando su cuerpo, caricias, besos.  La Choli partida en dos, una mitad fría, calculadora para ellos y otra alegre, pícara, apasionada para mí.
No se lo puedo decir… yo la conocí de esa forma y no lo puedo prohibir, sería ofenderla… ¿dejaría todo eso por un novio... un mecánico engrasado, de manos torpes y entendimiento corto…? ¿Será calculadamente fría con todos… o quizás exista otro que vulnere la distancia que ella dice mantener? Así, con un tazón de café caliente en las manos y el pucho a punto de quemarme las yemas de los dedos, me sorprenden algunos amaneceres hablando solo en la cocina.
Un martes, cerca del mediodía suena el teléfono en el taller, Gregorio está dando vuelta unos chorizos que lentos se asan sobre la parrillita de lata y varillas de hierro, Tony saca los últimos bulones para liberar la inmensa caja del Mercedes 1112 estacionado sobre la fosa.  Pili, la perrita salchicha, se relame, el aroma de la parrilla la entusiasma.
-Marquitos atendé, por ahí es Tomasa que fue al médico por el dolor de la cintura y quiere que la pase a buscar.
Presuroso me quito la grasa de las manos y corro a tomar el mamotreto de color negro roña para contestar: 
-Hola, taller mecánico…
-¿Hola Marcos?... habla Choli ¿tenés un minuto?
-Si por supuesto ¿pasó algo?
-Te quiero invitar esta noche a comer en uno de esos carritos por la costanera sur ¿viste esos que están cerca de las glorietas?
-Bueno… pero terminamos temprano, mañana llegan dos camiones de La Pampa y hay que atenderlos.
-Un beso mi amor… te quiero.
Y se pasa el día rápido, para la noche le pido el jeep a Gregorio, ese carro merece un párrafo aparte. Equipado con caja de velocidades de alta y baja que el viejo mantiene funcionando como un violín, butacas reclinables adaptadas de Fiat 1600, jaula antivuelco de caño cromado, rodado ancho con llantas también cromadas, el color de la pintura es original de su época guerrera y el pasacasette que le coloqué acompañado de potentes parlantes ponen la música. El “fierro” es uno de los tesoros de Gregorio y la envidia de otros talleres de la zona; en él, vamos llegando con Choli a la costanera.
Durante el viaje la noto contenida, la mirada si bien serena, parece querer decirme algo más, su voz está animada y habla del sol que se oculta a nuestras espaldas, un vientito suave le acaricia el pelo. Me mira y calla, la intuición me dice que algo está por pasar.
Torpe, estaciono entre un Torino y un Rambler, desde el pasacasette la voz vuelve a sonar melódica, cálida, con el jeep detenido se puede escuchar con nitidez:

"Renovado esplendor esta noche hay en ti,
qué bonita que estás, que bien luces así,
con el blanco marfil del vestido de tul,
maquillada muy bien y tu tapado azul".

Me bastaba recorrer su humanidad con mis ojos, apretarle fuerte las manos para que entienda.  Lo que ese hombre canta, es lo que yo quisiera decirle. No luce tapado azul ni vestido de tul, pero estamos unidos por el amor y la magia…

"Y los hombres envidian mi suerte,
lo común se transforma ante mí,
orgulloso te llevo del brazo,
y París se arrodilla ante ti".

-Marcos, quiero contarte algo que para mí es muy importante… se me va la vida en esto.
Aturdido pienso: me patea… o un embarazo; mi cabeza es un torbellino, una enfermedad grave… ¿falleció la madre...? ¡No, qué torpe! No me invitaría a comer choripanes a la costanera precisamente, y sus ojos no están tristes, sí, más bien expectantes. Ella sigue hablando:
-Conseguí trabajo en una peluquería de damas… no voy a ganar mucho, empezaría como aprendiz… Y dejo la calle Marcos, te amo y bueno… no quiero más la calle… quiero un hogar.
"Yo no te propongo ni el sol ni las estrellas,
tampoco yo te ofrezco un castillo de ilusión,
yo tengo para darte tan sólo cosas buenas,
triviales y sencillas, las cosas de este amor.
Te propongo, un amanecer cualquiera,
aferrada de mi brazo, compartiendo una quimera.
Te propongo, simplemente... te propongo, que me quieras..."

Pasaron los quince de Cris, con fiesta y todo. Aproveché para presentar a la Choli en familia ¡ah… ella la peinó...! parecía una princesa mi hermanita y pasaron cosas… muchas cosas… una guerra entre hermanos… la guerra con los ingleses, y cuando este pueblo ya no podía dar más sangre llegó la democracia, con gente buena y mala, con verdades y mentiras… una democracia tal vez muy parecida a nosotros, con defectos, virtudes y espejismos que venden los miserables que siempre están ahí acechando, en cualquier época… con cualquier gobierno.                                              
Gregorio un domingo por la tarde se acostó para la siesta y no despertó más. Se fue manso, como vivió, con su amor por la Tomasa, los recuerdos de Manfredonia, un pueblito costero allá en su Italia jamás olvidada y la pasión por Huracán. ¡Má el globito sempre vola alto, ben alto! Exclamaba los lunes del 73, festejando las victorias del equipo de Menotti.  Tomasa, ante la ausencia de familiares cercanos me puso a cargo del taller, ella vivía en la planta alta y casi nunca bajaba a ver cómo iban las cosas; al mediodía preguntaba si precisábamos algo del almacén, al rato regresaba con la bolsita casi vacía.
-Marquitos, me preparo una sopita y voy a dormir, si precisás algo grita fuerte por si no te escucho…
Así todos los días durante meses, hasta que una tarde bajó toda emperifollada, se diría que rozagante.
-Marquitos, prepara el jeep que vamos a la escribanía de Don Eleuterio, y lavate bien las manos, que tenés que firmar algunas cosas.
Don Eleuterio era uno de los clientes más antiguos del taller, hombre amable, siempre bien vestido y medido en sus palabras. Media hora más tarde Tomasa y yo estábamos sentados frente a él en su escritorio.
-Señora Tomasa, cuando usted me contó la inquietud que tenia con respecto al funcionamiento del taller y sus cuentas pensé que se dejaba llevar por la desmesura… pero la precisión y veracidad de los libros caseros de control, a pesar de no estar llevados por un experto en la materia, es sorprendente.
Reaccioné indignado:
-¿Desconfió de mi Doña Tomasa?... ¿por qué?  
Y ella me devolvió una sonrisa tranquila, diáfana. Entonces habló don Eleuterio.
-Marcos, mes a mes rendiste peso sobre peso a la señora las ganancias del taller, sin faltar un centavo… escuchala. 
 Me sentía confundido, pero mirando los ojos buenazos de la vieja sólo esperaba cosas lindas, por un momento dirigí la mirada a un costado buscando a la Choli, en esos momentos ausente, mis manos transpiraban. Dios ¿qué pasa?
-Marquitos, cuando Gregorio fue el padrino de tu fiesta de casamiento, esa noche me confió que se sentía como si tuviese un hijo, después llego Pablito, casi un nieto para mí. Choli, tu madre ¡hasta la celosa tía Cris! me dejan disfrutarlo, jugar con él… en fin, sentirme en familia y un poco menos sola… Marquitos, vas a ser el dueño del taller, ¡todo el taller, te lo ganaste!

Hitos… así le dicen ¿no? Cosas que van pasando en la vida y el cantante siempre metido ahí, en el medio. Cris, la Choli… ven en Crónica sus recitales, rezan por él, el hombre está mal y hoy es su cumpleaños, pasaron los años que a veces parecieron siglos. Todos envejecimos y Pablito creció, tanto que desde España nos manda la carta quincenal, la que esperamos más que el mail diario, esa esquela prolija, con la misma letra chiquita de cuando pibe cursaba la primaria, con algún borrón que se me ocurre bien puede ser un lagrimón, como el que se me pianta a mí cuando la leo. Preparador de motos de carrera ¡tomá chocolate! Salió bueno el pibe… lastima la distancia. Choli desde la calle toca bocina, está impaciente por salir con rumbo al sur.

Llegamos a Pavón y Berutti, la callecita está cortada, un centenar de mujeres y hombres esperan, conversan entre ellos, algunos toman mate, hay quien vende fotos de él, las hay posando al lado de una dorada cupé Mercedes, ataviado de gitano sobre un caballo, totalmente vestido de blanco aferrando una guitarra eléctrica.  Le pido a Choli detener el paso y compro una.  El sol tibio perfora la tupida arboleda y cae sobre el empedrado, así la acera agrega un toque luminoso, que se suma al colorido de las flores que pueblan canteros y maceteros de las veredas.
-¡Marcos, de grande comprando fotos de Sandro!
-Para vos es un cantante…
-¡Por supuesto, el mejor!
Se produce un alboroto sensacional, los movileros de emisoras de radio y TV se arremolinan en torno a una escalerita, y aparece él, abrigado con sobretodo oscuro, la bufanda de tono claro le tapa un poco la boca evitando que el viento frío de Agosto le provoque tos. Allí está con ojos de mirada pícara, sus manos están temblorosas, leves surcos atraviesan el rostro de rasgos bien definidos. Lo observo, lo siento cercano, amigo… cómplice en la noche del redescubrimiento de Choli. 
Él llegó alto, muy alto y está ahí rendido, como un león entregado a los mimos y cariños de “sus nenas” como él las llama, mira a un lado y al otro, y esa mirada lleva implícita ternuras, afectos… amor. Suave desde un pequeño aparato de audio, que cuelga de una ventana y suena ahora descuidado, ante la presencia del ídolo, llega a mis oídos una canción, él le está cantando al amor, al tiempo, a las alegrías y tristezas… a la vida cotidiana.

"Hoy quise contemplar
esos viejos retratos,
que son testigo fiel
de los felices ratos,
que vivimos una vez en primavera,
primaveras que ya nunca volverán".

Ahora les habla, casi susurra, sobre el improvisado balconcito cae tupida la metralla de flashes, sobre su humanidad se fijan los ojos avizores de las cámaras y decenas de periodistas, algunos casi adolescentes, estiran sus manos portando grabadores, micrófonos o directamente celulares, intentan transportar la voz del hombre a cientos de miles de hogares, a los que entró innumerables veces, invitado privilegiado para animar cumpleaños y casamientos a través de sus discos, aniversarios de matrimonios, o alguna cena íntima, con vino blanco frappé, velas y el ramo de flores infaltable para halagar a la compañera de años y acordarse de esas noches de luna de miel, buscando obstinadamente impedir que el tiempo las transforme en noches de hiel.

"La juventud se va y nos ponemos viejos,
los hijos ya no están, pues se marcharon lejos,
pero quedan con nosotros los recuerdos
del amor de ayer.
Y pensar que la vida se va,
y pensar que los años también,
mas no importa total quedará
el recuerdo feliz del amor de ayer".

Y con la misma magia que llegó, se va, sin estridencias, entre aplausos, promesas de repetir el próximo año la liturgia del encuentro cálido, precioso al espíritu.
Una nube pasajera baja el telón, el sol acepta el momentáneo ocaso y retira del empedrado las tonalidades brillantes. Nos vamos caminando lentos tomados de la cintura, juntos como desde hace ya tantos años. Miro la foto, el ríe franco, con la seguridad que da tener la vida por delante. Choli comenta:
-¿Qué pasa Marcos? Tenés los ojos mojados.
-Para vos es el mejor cantante y yo lo siento como mi gran amigo. Mi amigo, el hombre que le canta al amor.


Autor: Luis Vado
Registro de la propiedad intelectual Nº 762789
Edición sin fines de lucro.


Colaboración: Pili, una nena más, México