El sorprendente mundo de Sandro...

El sorprendente mundo de Sandro...

30 de enero de 2012

Relatos de Sandro

EL ÉXITO ES UNA VIEJA PROSTITUTA: VIENE, SE ACUESTA CON VOS Y SE VA

A partir de los 17 años creés que Dios es tu secretario. Pero hay que saber que el que está crucificado sos vos: si vendiste cien mil discos, más vale que el próximo vendas ciento cinco mil, porque si no te caíste. Y si lo que uno hace exclusivamente es vender discos, sí, te caíste. Es así. No hay que tropezar con las trampas que te proponen. Yo cometí todos los errores que un ídolo puede cometer: menos tomar falopa y ser trolo, pasé por todas. Tengo cuadernos de 1962 en los que practicaba la firma que iba a hacer cuando fuera famoso. Ya entonces me diseñaba yo mismo la pilcha. Pienso que Sandro es como un muñeco que inventé y yo soy el titiritero. Pero muchas veces me sentí prisionero de Sandro.
Siempre tuve claro que no hay que comprar lo que se vende. Si comprás el personaje perdiste, se confunde la ficción con la realidad. Por salud mental separo los tantos. Supe cambiar, pegar el volantazo a tiempo para que no me devore la estrellita: me acuerdo que a los 21 años estaba en los estudios de CBS Columbia, grabando, y en un momento le dije con mucha soberbia a Héctor Techeiro, el productor musical de CBS: "Che, traeme un wisky". Me miró con cara de poker y me respondió: "Buscátelo vos...". Me bajó de un hondazo, me salvó.

Con la primera guita grande hice desastres. Estacionaba el auto sport de no sé cuántos miles de dólares en la puerta de la casa de Valentín Alsina y después me compré seis autos más. Un estúpido. Lo mejor que hice fue cambiar uno de los autos para sacar a mis viejos del conventillo y comprar una casa en Lanús. Y después, la de Banfield. Mucho se escribió sobre el búnker: hice el paredón porque me obligaron. La casa de Lanús tenía un jardincito adelante... Para qué: me pintaron la fachada, robaron los dos perros pekineses de mi vieja, se me metían en el hall, me repetían de memoria los diálogos de las películas. No podía vivir yo, no podían vivir mis viejos. Ahí levantamos el primer paredón, en Lanús.

Ya en la de Banfield lo primero que hice fue el muro. No es algo de lo que me sienta orgulloso. Lo tuve que hacer por Sandro. En un momento tuve un Mercedes del '70: cuando salía, en los semáforos, los camioneros, los colectiveros, me decían: "vos sí que la hacés fácil...". Me compré un Fiat 1600 y esos mismos tipos me empezaron a decir: "qué hacés Sandrito, mi mujer me tiene loco con vos, mi hermana te adora. Sos un fenómeno". Prefiero eso, yo quiero que la gente me quiera. Ser ídolo, ser Sandro, es un laburo y supone mucha responsabilidad. El ídolo no es impune. Cada palabra, cada gesto, tiene que ser un modelo a seguir, por eso la gente te puso ahí. En la Argentina cualquiera que tiene un poco de éxito habla con total ligereza de lo que se le cruce. Es alucinante la caradurez que tiene la gente con un poquito de fama.
Yo sé que tengo fama. Trato de manejarla y que no me maneje a mí. Sería un tonto si no reconociera lo que soy. Para mí, lo anormal es normal. Salvando las distancias, me comparo con el pibe que nació hijo de un rey y lo prepararon para ser rey. No va a la cancha, no se pone el pañuelo con los cuatro nudos y si grita un gol es en el palacio rodeado de cuatro guardaespaldas. No conoce otra cosa. Mi caso es igual. No conozco otra cosa que mi vida. Yo elegí. A los 13 años me subí a un escenario y laburé como un animal. Y sigo. Porque un hombre se muere cuando se le acaban las ilusiones. A veces me quedé sin sueños y para seguir vivo me los tuve que fabricar.


Fuente: Libro "Sandro, el fuego eterno".