En esta ocasión, por ser la primera de estas publicaciones y a modo de presentación, transcribo la experiencia vivida por Mariano del Mazo, autor del libro "Sandro, el fuego eterno".
“Cuando tengo jean me comporto como si tuviera un smoking; cuando me pongo un smoking, me comporto como si tuviera un jean”.
La frase la escuché de su boca en el invierno de 1993, en el camarín del Cine-teatro Mayo de San Miguel. Eran ya las cuatro de la mañana: Sandro no paraba de tomar gin en un cáliz color cobre y no paraba de llenar mi copa de champagne francés. “Bienvenido al Madison Square Garden”, me había dicho cuatro horas antes, cuando ingresé a ese camarín de tres por tres, sillas raídas, espejos viejos y un florero con rosas. Yo había ido hasta San Miguel a cubrir para el diario Clarín uno de los conciertos suburbanos con los que solía preparar su desembarco en la Avenida Corrientes. Sandro estaba probando el show 30 Años de Magia, que en semanas estrenaría en el Teatro Gran Rex. Verlo cantar ahí, un día de semana, fue una experiencia memorable: las fans ardían y él se movía como un viejo hechicero. Era un miércoles o un jueves, la Selección Argentina dirigida por Alfio Basile estaba a punto de coronarse Campeón de América y en San Miguel caía una escarcha pesada. El teatro estallaba, habían agregado sillas en los pasillos. Vi a esas mujeres maduras, rejuvenecidas durante el extraño ritual con tanta parodia como erotismo en estado de pureza. Vi corpiños al aire. Vi a un titiritero excepcional. Vi uno de los mejores shows de mi vida.
Ninguna biografía abarca una existencia. Los datos pueden ser más o menos certeros, más o menos rigurosos. Pero una vida es otra cosa. Deshilachados en ese invento de superhéroe que él mismo patentó -Roberto Sánchez, el hombre; Sandro, la máscara-, ahí a mano, en Youtube, se pueden vislumbrar las decenas de rostros que lo cubren: el recitador expresivo, el performer extraordinario, el opinólogo impulsivo, el Adonis sexual, el vendedor de fantasías, el rockero, el baladista, el decidor crepuscular…
Creo que los artistas son mentirosos absolutos que tratan de convertir el artificio en verdad, y que se les va la vida en el intento. Creo también que la verdad es una categoría del sufrimiento y de la belleza. Y creo que Sandro es un artista extraordinario.
Sin embargo, algo permanece inexpugnable: El misterio. Este libro es un acercamiento a ese misterio.
Mariano del Mazo
Buenos Aires, julio de 2009